El camino de la libertad no permite atajos

Por Pedro Patzer

Fellini decía que crear es pertenecer. Es un estado del alma, un estado cotidiano, que te libera del encierro, de los muros, de los límites, de la mediocridad de los mandatos. Es una expectativa que jamás te abandona.

Francisco se refiere a la cultura de lo descartable y, de alguna manera, esa cultura también atenta contra el sendero de los libres. Si todo está hecho para consumir rápidamente y descartar, si todo tiene que servir para algo que se vaya a consumir inmediatamente, si todo tiene que ser aprobado por el coro de gente que nunca se detuvo a buscar y, por supuesto, mucho menos a encontrar su propio canto, estaremos ante una sociedad que está dispuesta a poner en venta su paso por la vida.

La mayoría está destinada a circular por la autopistas de la resignación. Los «me gusta» de las redes sociales han transformado a la mayoría en seres adictos a la aprobación, aunque la historia de la humanidad haya demostrado que las grandes ideas que han hecho evolucionar a la sociedad fueron consideradas locas. La gente de la época le dio la espalda. Pensamos en Galileo, en Van Gogh, y en tantos otros que tuvieron que aprender en su soledad, que el verdadero éxito de un libre es alcanzar su propia verdad. No me refiero a la certeza psicótica, me refiero a la verdad que es hija del camino, del conocimiento, del aprendizaje interior, de la intuición.

La libertad requiere hacerse cargo de lo que ella genera. Elegir un camino es crear un nuevo mundo. Pero elegir un camino en tiempos donde parece que elegir es apretar los botones del control remoto, o la pantalla del celular, también requiere de una higiene mental y espiritual que sepa distinguir entre los alaridos del mundo y la voz de nuestra intuición.

El camino de la libertad no permite atajos. No existe photoshop para mejorar esa imagen que nos guía, es decir, el objetivo puede ser mejorado, pero no desde la frivolidad, sino desde el sendero que transitamos. Ser profundos no significa ser solemnes. Ser profundos es comprender nuestro paso en esta vida. Olvidarnos de lo que los legajos y las miradas ajenas dicen de nosotros. Pensar qué crear es asumir ese paso por la vida. Cuando creamos dejamos de ser ciudadanos, de ser el número de la clave fiscal y somos parte de todas las cosas que tienen alas: del pájaro, del ángel e incluso de la mosca.

Elegir significa afrontar con hidalguía el valor de aquello en lo que nos vamos transformando debido a esa elección. Si creemos que hemos elegido un camino y no nos transforma el corazón, es porque tomamos el atajo del mundo, el camino equivocado. Narciso se ahogó en su propia imagen.

Hay otra agua escondida en nosotros. Otra agua en la que reflejarnos. Una de las primeras lecciones de la libertad es que somos como una copa llena de agua, cualquier movimiento puede derramar el líquido y dejarla vacía.  Lo importante es que sepamos cuál es nuestra propia sed y cómo conseguir el agua, nuestra propia agua, que logre calmarla.

El creador que no asuma un compromiso con su libertad es un turista en su propia alma. El creador debe comprender que su encuentro con la creación no es un accidente, es aceptar que se abrió una puerta para siempre que lo conduce al otro jardín, que todos los días necesita ser regado. El creador es responsable de cada una de esas flores, de cada rocío, pero sobre todo de asumir la gran responsabilidad con su destino. Ser creador significa tener para cada cosa ojos que vayan más allá de los muros y de las fronteras del mundo y sean algo así como el tercer ojo. Un tercer ojo cotidiano, un tercer ojo que nos ayude a mirar lo otro de afuera y lo otro de adentro. Al mirar con ese tercer ojo transformamos los paisajes del mundo, pero también los de nuestro corazón.

Transitar el intenso camino de la palabra requiere un profundo compromiso con su verdad, no con la verdad que gana pequeñas y miserables discusiones, más bien con la verdad que permanece cuando cerramos los ojos, cuando amamos, cuando nos miramos en el espejo de nuestro más auténtico silencio.

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