Evitismo: piedra angular de los intelectuales progresistas

El ensayo discute las categorías de análisis de la colonización intelectual. Analiza cómo se ha instaurado en la sociedad la cosmovisión europeizante.

Por Diego Eloy Ramírez (*)

“Los intelectuales argentinos suben al caballo por la izquierda y bajan por la derecha.”

Arturo Jauretche

   “El evitismo es la etapa superior del gorilismo”, afirmaba Norberto Galasso, con la claridad que lo caracteriza. Es que, a diferencia del gorilismo clásico, esta vertiente “postmoderna” del pensamiento antinacional suele ser más peligrosa porque encubre su desprecio por los movimientos populares bajo un halo de compromiso social por los más necesitados.

   El problema del evitismo consiste en que parte de una visión que desestima la política que ese sector social, al que dicen apoyar, construye e impulsa. Es decir, los intelectuales evitistas se proclaman como defensores de las masas oprimidas, pero son antagónicos al movimiento político que las representa en la Argentina: el peronismo.

   El evitismo es una concepción elaborada con el pretexto de exaltar la figura de Evita en desmedro de la de Juan Perón, quien representa el movimiento de liberación nacional que transformó la estructura de poder en nuestro país y que, más de 70 años después de su conformación, las fuerzas opresoras (bombardeos, fusilamientos, dictaduras genocidas de por medio) no pudieron eliminar. Esta concepción considera que la verdaderamente revolucionaria era Eva Duarte, en tanto Perón, “milico”, era el que frenaba esa revolución, el general bonapartista que siempre terminaba “jugando” para la derecha. Esta idea sintetiza que Evita era revolucionaria y Juan Perón un “facho”. Esta noción, aunque muy lineal y bastante contradictoria en sí misma, increíblemente caló muy profundo en el progresismo intelectual.

   Pero no haremos aquí una recorrida histórica para explicar cómo nació y se desarrolló esta concepción, sino que nos centraremos en cómo los intelectuales, “raza” preeminente formada en el pensamiento académico colonial, la utilizan como herramienta conceptual para denostar al peronismo.

Es mejor que aprender mucho el aprender cosas buenas

   Como aseveraban los pensadores nacionales, en la Argentina hay enormes bibliotecas, pero con muchísimos textos escritos por hombres de países lejanos que analizaban y estudiaban a sociedades distintas en contextos distintos y con historias y procesos políticos que nada tienen que ver con los nuestros. América Latina tiene especificidades tan peculiares, tan distintivas, que se hace imposible querer abordarla mediante esos textos y sus conceptos.

   No estamos afirmando aquí que no hay que leer y estudiar los aportes de Immanuel Kant, Karl Marx o Michel Foucault, sino que no podemos pretender limitarnos a buscar soluciones a nuestros problemas con esa mirada eurocéntrica como si fueran biblias. No sirve trasladar acríticamente, sin adaptación alguna, esas miradas de grandes pensadores, que parten de una visión del mundo totalmente distinta a nuestras realidades. Es por eso que, como nuestros intelectuales parten desde ahí, el peronismo no entra en sus ecuaciones analíticas. No lo pueden colocar en ninguna de las categorías de los grandes pensadores europeos que admiran.

   El progresismo intelectual argentino analiza nuestras sociedades partiendo de una visión del mundo que tienen los grandes pensadores “universales” y esto lleva a la mentalidad de no pensar los acontecimientos en función de nosotros mismos, sino reflejo de otros.

   Por eso, hay que tomar muy en cuenta al Martín Fierro en eso de que “es mejor que aprender mucho el aprender cosas buenas”. Otra vez, no hay que negar ningún pensamiento por su lugar de origen, pero sí incorporarlo en función de nuestras realidades, adaptándolo y metiendo en la ecuación del análisis nuestras particularidades. Algunos suelen confundir o incorporar automáticamente el pensamiento europeo occidental como un pensamiento “universalista”, descartando cualquier cuestión nacional. Y aquí el quid es otro, como afirmara Homero Manzi: “universal, pero no universalista”. Es decir, “universal”, adhiriendo al progreso de la humanidad en su conjunto, pero no “universalista”, en tanto mentalidad colonial que toma sin filtro todo esquema de pensamiento de las grandes potencias imperialistas.

Las comparaciones son odiosas, pero necesarias

   En la era de los medios masivos de comunicación, ciertos intelectuales trascienden el círculo meramente académico y logran una repercusión que ahonda más profundamente en las masas populares. Un ejemplo de ello es el re- conocido filósofo José Pablo Feinmann. Además de sus innumerables trabajos en el campo de la filosofía, la historia y el ensayo político, participó de algunos ciclos televisivos que le dieron mayor transcendencia. Incursionó también en el mundo del cine como guionista del famoso y recordado film Eva Perón, dirigido por Juan Carlos Desanzo y protagonizado por Esther Goris. Esta película, tal vez una de las más recordadas acerca de la vida de Evita, tiene la singularidad de resumir los conceptos que aquí esbozamos. Si tendríamos que responder cuál sería la “definición” del evitismo, la respuesta se encuentra en esta película.

   Haremos una pequeña sinopsis de ella para entender de qué estamos hablando. En una entrevista otorgada al diario La Nación fue el mismo Feinmann quien expresó que “la película comienza con una pegatina de carteles donde la CGT propone su candidatura. De allí se pasa a una reunión de Evita con los dirigentes gremiales, a quienes les pregunta si el Ejército y la oligarquía van a permitir que ella integre la fórmula. A su vez, los sindicalistas le preguntan a Evita qué va a hacer Perón. Ella dice que no lo sabe, porque él es un militar”. El guionista del largometraje ya deja en claro la acentuación que se hace respecto a que Perón era militar, afirmación que no es inocente. Luego, continúa: «De allí en adelante, el film se remonta a los días previos al renunciamiento: Evita, apoyada por los sindicalistas, quiere ser vicepresidenta. Los militares —tanto los antiperonistas como los leales a Perón— se oponen. El general Menéndez, junto con otros políticos, está preparando un golpe para impedir la candidatura de Evita. Y Perón, como habitualmente lo hacía, se mantiene en una posición ambigua”. Evitismo en estado puro. Se resalta la figura revolucionaria de Evita en desmedro del líder del movimiento Juan Domingo Perón, quien “se mantiene en una posición ambigua”.

   Para finalizar, el autor de La sangre derramada agrega que “el tramo final de la película está armado sobre la base de los intentos de Evita por acentuar el carácter revolucionario del peronismo. Frente a eso, la actitud de Perón es ambivalente”. Si hubiera jerarquización en el evitismo, seguramente José Pablo Feinmann tendría un doctorado honoris causa. Pero sería injusto limitarnos a Feinmann en este sentido. La histórica presentadora de televisión Susana Giménez, aunque no intelectual, pero sí masiva, sintetizó alguna vez su visión al respecto que, tal vez no sea tan “profunda” como la de Feinmann, pero sigue exactamente la misma línea y es igualmente contundente en su concepción. “Yo no soy peronista, pero soy evitista a full”, aseveró la conductora en una entrevista. Lo sé, lector, las comparaciones son odiosas, pero necesarias.

(Anti) política de la objetividad

   Sin embargo, el evitismo es solo una herramienta que utilizan algunos intelectuales. Su mayor “logro” es hacernos creer que sus opiniones se basan en una absoluta objetividad analítica de la realidad, sin posicionamientos políticos. Es decir, se posicionan sobre la sociedad a la que analizan, como una especie de eruditos rectores. En un debate televisivo en el programa Los siete locos, en la Televisión Pública, la “excelsa” intelectual Beatriz Sarlo se jactaba de no hacer política, que su mirada no era desde la política, como si eso le daría más validez a sus argumentos. Sarlo planteó en aquel programa: “(…) cuando el intelectual pasa a la política se convierte en político (…), la cuestión de la política es casi lo opuesto de la actividad intelectual”. Para luego cerrar con una contundente definición: “Yo no hago política, trabajo con los políticos, no hago política”. Se babeaba en su goce de distanciarse del quehacer político, no sea cosa que la confundan con una militante. Esto es claro, la militancia iguala, la intelectualidad académica jerarquiza. Cuanto más alejados están de las militancias políticas y más cercanos a la intelectualidad académica “objetiva”, los intelectuales terminan alcanzando ese estatus de diferenciación prominente. En este sentido, retomamos lo que Juan José Hernández Arregui afirmaba en que “la mayoría de los intelectuales se refugian en la abstención política, que es una forma de sometimiento. Tales intelectuales son parte del espectáculo colonial. Dígase cuanto se quiera, la realidad que circunda al intelectual es política y su silencio es político. El silencio de los intelectuales se llama traición al país”. (Peronismo y socialismo, Peña Lillo- Ediciones Continente).

   El objetivo es posicionarse individualmente. No persiguen un propósito real de cambio, sino simplemente difusión para lograr un estatus superior de la palabra, pero siendo una herramienta fundamental para que el sistema vigente se mantenga. Precisamente, es por esto que el pueblo los ignora. “Hablan de libertad —agrega Hernández Arregui— pero medran a la sombra del sistema que deroga la libertad del pueblo. Si los intelectuales se apartan de la política no es por superioridad del espíritu, sino por cobardía y adhesión, táctica o explícita, al colonialismo. Por eso, tales intelectuales, en los programas de radio o televisión, se expresan con palabras a medias, triviales, conformistas, alejadas de los problemas candentes del país”. Todo esto me lleva a una inevitable conclusión: lector, estudie, prepárese. Haga patria, no sea intelectual.

(*) Licenciado en Periodismo (UNLZ). Docente de la cátedra de Pensamiento Nacional de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Docente de Enseñanza Terciaria en el Centro de Producción y Educación Artístico Cultural N° 1 (CePEAC) de Lomas de Zamora, Provincia de Buenos Aires.

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