El discurso presidencial: más coincidencias que diferencias

Por Marcelo Ibarra

   La renuncia del ministro de Economía, Martín Guzmán, fue presentada en conferencia de prensa desde Casa Rosada, en el mismo momento que Cristina Fernández de Kirchner hablaba en Ensenada con motivo de un acto en conmemoración del 48º aniversario del fallecimiento de Juan Domingo Perón.

   ¿Por qué un funcionario de primera línea brinda una conferencia al mismo tiempo que habla la vicepresidenta y para presentar la renuncia nada menos? Eclipsar, opacar, disputar, varios verbos me vienen a la mente, aunque el más pertinente pareciera ser “interrumpir”. Y si se me permite un adverbio que acompañe: interrumpir infantilmente.

   En el acto de Ensenada, Cristina Fernández de Kirchner hizo mención en innumerables ocasiones al General Perón, remarcando que “Perón persuadía con hechos, no con palabras”. El mensaje —por si algún lector no lo sabe— tenía un claro referente: Alberto Fernández. Para algunos será una sutileza, para mí es una diferencia crucial: Digo referente, es decir, el tema, el asunto, no destinatario. No le hablaba “a Alberto”, sino que hablaba “de Alberto”. Y al hablar “de él” y no “con él”, el campo de efectos posibles del discurso de CFK es toda la militancia que quiera enrolarse en un proyecto de país, no un individuo, por más que ese sujeto ostente la primera magistratura.

    Ahora bien, ¿qué dijo Alberto el día antes en el acto con la cúpula de la CGT para ser objeto de una alusión de CFK y ni siquiera un destinatario? Dijo que “el poder no pasa por ver quién tiene la lapicera, el poder pasa por convencer”. Siguió: “Perón convenció a millones de argentinos que hasta hoy lo sienten vivo. Perón nunca necesito una lapicera”. Y cerró: “no hago grandes actos ni doy grandes discursos, pero les cuento que la Argentina después de la pandemia creció el 10,3 por ciento, llevamos 1,2 millones de empleos formales creados en el último año”. El discurso del Presidente también tuvo a su compañera de fórmula como referente.

   El problema reside en que, al elegir a la presidenta del Senado como tema, automáticamente, Alberto se pone debajo de ella, “se enrosca en la chiquita”, como se diría en la militancia, se ubica en el rol del que sale a responder, a aclarar. Y, paradójicamente, desperdicia la posibilidad de imponer su agenda, de elegir un enemigo poderoso (el FMI, el Poder Judicial, los sojeros que contrabandean soja). Curiosamente, su actitud se asemeja a la de Guzmán, es una postura infantil plantear las discusiones políticas en los términos de Alberto, solo le faltó decir “ella empezó primero”, como los hermanitos cuando se pelean.

   Lo sabemos desde Silvia Sigal y Eliseo Verón en adelante (el libro es Perón o Muerte, Eudeba): no hay diferencias entre hacer/decir básicamente porque toda acción social está atravesada por el “universo simbólico”, el “orden imaginario”, que no es otra que el lenguaje. En un sentido saussureano, nosotros le pertenecemos al lenguaje y no al revés. Por eso, es imposible que alguien “diga A y haga Z”. La acción Z ya estuvo determinada por su producción discursiva.

   Un ejemplo: cuando Macri en campaña dijo que la inflación se solucionaba fácilmente no estaba mintiendo, sino referenciando un tipo de discursividad que ya había implementado: “¿acaso los porteños somos tontos que no podemos hacer 10 kilómetros de subte por año?”. No hizo los 10km de subte y fue reelecto intendente de CABA; no bajó la inflación y fue votado por el 41% del país.

   Retomo dos enunciados, uno del presidente y otro de la vicepresidenta: “No doy grandes discursos, pero les cuento que Argentina creció”, de Alberto; y “Perón persuadía con hechos, no con palabras”, de Cristina. En el caso de Alberto, se podría decir en otras palabras como “no soy un gran orador, pero los hechos demuestran que gestiono bien”. En el caso de Cristina, “Perón no necesitaba la oralidad porque gestionaba bien”. Vaya, la fórmula presidencial ganadora en 2019 vuelve a tener coincidencias.

   No existe tampoco, para Sigal y Verón, el emisor y el receptor. Existe una dimensión ideológica, un contexto de producción que permite la gestación de un discurso y un campo de efectos posibles, creado por esa dimensión, un sinfín de recepciones, interpretaciones, malentendidos, tergiversaciones del discurso creado, precisamente, porque la distancia que media entre enunciador y destinatario (ya no emisor/receptor) es el sentido, que nunca es lineal: el Perón enunciador del exilio crea como campo de efectos posibles una Triple A y Montoneros, una reivindicación de la burocracia sindical y una Juventud Peronista. Desde esta perspectiva, es erróneo el planteo de CFK sobre que “Perón persuadía con hechos y no con palabras”. En todo caso, las palabras eran respaldadas por acciones, cuando dejó de ponerle el cuerpo a esas palabras, se produjo la masacre de Ezeiza y la Plaza de Mayo quedó mitad vacía.

   Cabe preguntarse si hay lugar hoy para la construcción de una dimensión ideológica que incluya las tres banderas históricas como categorías o si se seguirán produciendo discursos que tengan como destinatarios a organismos de crédito internacionales, acreedores de deuda y lobistas financieros. Tampoco es que Alberto sea un mal orador o no pueda dar grandes discursos, el problema es que el crecimiento económico al que alude no implica una mejor distribución de la riqueza. Nuevamente, no hay diferencia entre hacer/decir, hay poco “hacer” y, en consecuencia, lo que se dice ya viene con la advertencia de que “no doy grandes discursos”.

   En este punto, Alberto y Cristina tienen más coincidencias que las diferencias que pretenden ostentar: ambos acordaron una alianza de gobierno sin plataforma electoral, condición básica para garantizar la gobernabilidad. Ambos magnificaron una “jugada magistral” y se creyeron que se ganó por un libro. El campo de efectos construido por ambos no puede ser otro que el actual: un cacareo constante entre propios sin afectar los intereses de los poderosos.

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