El odio, esa política de su historia

Como polea de transmisión de los valores de la oligarquía, la historia ha ocultado al sujeto Pueblo, en un relato oficial exclusivo y excluyente que circuló por escuelas, profesorados, y universidades.

“Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”,

Diccionario de la Real Academia Española

Guillermo M. Batista*

    Su historia es la de los Ellos, tal como los definió Héctor Germán Oesterheld en El Eternauta. Los que hacen de un sentimiento una emoción primaria, una herramienta de destrucción política, cultural, educativa, social y, por sobre todas las cosas, económica. Esa bala, que casi hizo estallar a la Argentina por los aires, pero que sin embargo miles twitearon: “estuve a una bala de ser feliz”.

   Existen hoy idiotas útiles que componen ese ejército de frustrados, que “educados” por el sentido común cultural de los grandes medios de desinformación masiva, ante las sucesivas crisis que provoca el neoliberalismo (pandemia, post pandemia, guerras por los recursos naturales, calentamiento climático), solo pueden atinar a depositar toda su ignorancia bestial en un Otro diferente.

     El odio circula, se construye, busca y encuentra definiciones de carne y hueso, estigmatiza, margina, se arma, tiene estructura, logística, coberturas varias, se disfraza, mimetiza, en fin, va naciendo, desarrollándose como un cuerpo homogéneo que busca voraz la sinrazón de ser: eliminar a quien no piensa como él/ella. Ese odio se asume como depositario de la razón (Domingo F. Sarmiento, Esteban Echeverría, dixit) y así resignifica y se apropia también con aquella circulación mediática de la verdad; y culpa de la ignorancia universal a la soberanía popular. 

   La Historia, también, funge como polea de transmisión de esos valores que dicen ser herederos de los fundadores de la Patria. Bartolomé Mitre, el gran hacedor del ocultamiento del sujeto Pueblo de las luchas por la independencia y la dignidad, la Patria grande solidaria, humanista, inclusiva, armó un relato oficial exclusivo y excluyente que también circuló por escuelas, profesorados, y universidades por décadas, colocando el eje del mal en los pueblos originarios, los criollos, caudillos, montoneras federales, y pueblos hermanos como el del Paraguay.

   Sin embargo, la línea histórica de la barbarie civilizadora (oxímoron si los hay), comenzó en el lejano 1810, cuando Mariano Moreno “fallece” en alta mar, a causa de un remedio mal recetado y se extingue así la vida de un líder revolucionario, muy poco funcional al sujeto social defensor del conservadurismo español-criollo liderado por su antagonista Cornelio Saavedra.

   De allí en más, las antinomias construidas por el centralismo porteño-bonaerense que estaba en pleno desarrollo, no dudaron en calificar de traidor a la patria a José G. de Artigas, de prohibirle izar bandera al general Manuel Belgrano, de obstruirle hasta el límite de sus fuerzas al general José de San Martín el cruce de Los Andes para libertar pueblos hermanos, de traicionar y asesinar por la espalda al caudillo popular del norte Martín M. de Güemes y derrocar y fusilar al general electo gobernador de la provincia de Buenos Aires, general Manuel Dorrego.

   Aliarse con deudas externas por décadas con la Baring Brothers, gracias a Bernardino Rivadavia (sí el del sillón), prohijar al Imperio del Brasil para resignar la provincia del Uruguay y separarla de las Provincias Unidas, tal como lo planificó el Foreign Office británico) traer a los imperios anglo-francés dos veces en una década para que nos invadieran y formáramos parte de la corona británica. Definir a las provincias del interior como “trece ranchos” (Carlos Tejedor dixit), eliminar miles de integrantes de los pueblos originarios, reducirlos a la esclavitud en aras de la colonización modernista, hacer lo propio con miles de gauchos y sus familias en Catamarca, La Rioja, Chaco, a lanza (“para ahorrar bala”, D. F. Sarmiento dixit), cortarles las orejas para cobrar por cada par, tal como lo hacían los esbirros de Mitre-Sarmiento y Avellaneda, los coroneles Sandes y Paunero en la “guerra de policía” contra el pueblo “delincuente”.

   Modelo de país próspero (para 150 familias), “granero del mundo” (británico), estancias como unidad productiva (de la oligarquía terrateniente y de los  ingleses), inmigrantes que reemplazarán a la población nativa, la Ley de Residencia y de Defensa Social, la lucha de 22 años para poder votar protagonizada por los “yrigoyenistas salvajes y herederos de la tiranía rosista”, y el ejército del partido único, el PAN, fraudulento, y corrupto, que también quemará a las tolderías rojas en la Semana Trágica y la Patagonia Rebelde.

   El golpe petrolero de los patriotas Justo y Uriburu, el nacionalismo de la Standard Oil y la Shell, la destrucción de la casa en el viejo barrio de Constitución del líder popular, el “padrecito de los pobres” (ironía del destino, el mismo apodo que tenía el mártir Manuel Dorrego), Hipólito Yrigoyen, buscando lingotes de oro escondidos en las paredes.

   El estigma para con el líder radical: viejo, corrupto, senil; todo un adelanto del sistema de las fake news, en aquel caso a cargo de La Nación, La Prensa, Crítica y los diarios socialistas, creando sentido común para justificar el primer golpe de estado del siglo XX contra un gobierno nacional y popular. Todo este esfuerzo civilizador de la barbarie oligárquica y de su partido militar para establecer el Estatuto Legal del Coloniaje (Arturo Jauretche dixit) en el marco de la Década Infame. La familia Roca gobernando desde 1880 hasta 1943, el Pacto Roca (hijo) -Runciman. Otra vez el Reino Unido como en 1833, usurpando las Islas Malvinas, ahora usurpando muestras riquezas naturales.

   Cipayos de ayer, junto a la Unión Democrática y Spruille Braden, embajador estadounidense, y junto a la Corte Suprema integrada por abogados de empresas británicas. Los partidos políticos “tradicionales”, gran parte de las Fuerzas Armadas, la Justicia, el pode económico-financiero vernáculo y extranjero, la Iglesia, una gran síntesis del antipueblo y la antipatria. Y “el subsuelo de la patria sublevado”, con la Historia del sentimiento y la justicia social identitaria a cuestas, poblando la Plaza de Mayo hasta el día de hoy. Ese centro antes negado, trajeado, de galera y bastón, blanco y eurocéntrico.

   “Antes que el amor está el odio”, afirmó Sigmund Freud. Es ese sentimiento que antecede al amar al prójimo, pero para autoidentificarnos y así poder diferenciarnos; no para continuar aislándonos y creernos Narcisos en los espejos de la vida. Pero los Ellos son la grieta eterna.

La violencia terrorista estatal

     El 16 de junio de 1955, la primera bomba que cayó sobre a Palza de Mayo, en un día laborable, abrió la primera grieta en el cemento de la ciudad que Ellos nunca quisieron que se volviera a cerrar. Sin proyectiles que explotaran, arrojaron tanques de combustible para quemar vivo al Pueblo indefenso. Muy lejos en esos instantes atronadores quedó la pintada “Viva el cáncer”. Y la palabra se hizo verbo maldito: proscribieron, exilaron, prohibieron, encarcelaron, torturaron, despidieron, fusilaron. Y, por primera vez en la política argentina, apareció la palabra “Libertad”, “Libertadora”, madre del “Libertario”. Y fuimos Fondo Monetario Internacional por décadas.

   El águila del norte también dio su bendición y el año 1976 fue el “huevo de la serpiente” que necesitaban para apoderarse y luego desaparecer miles de cuerpos, almas, conciencias. Se superaron a sí mismos ordenando y organizando el exterminio. El campo de concentración fue su “tradición-familia-propiedad” que los cobijó. Liberales y neoliberales, partido militar con proyecto propio y políticos cómplices, intelectuales, medios de desinformación, industriales y ruralistas, la Santa Madre Iglesia como institución: la cruz y la espada. Éramos “derechos y humanos”.

   La guerra inaudita, los astices y menéndez rindiéndose si disparar un solo tiro; guerreros de pacotilla contra mujeres y bebés indefensos, ladrones de identidades. Los Ellos (civiles y militares) también supieron construir la “teoría de los dos demonios”, como hoy la “teoría de los dos odios”, y camuflarse para que sobreviviera la economía ajustadora, destructora de industrias, comercios, soberanías, hambreando, excluyendo, marginando. No se cansaron de desarrollar décadas infames e infamantes: 1930-1943; 1955-1973; 1989-2001.

   El 2001, decenas de asesinados, y después en el 2002, “la crisis que se cobró dos nuevas víctimas” (Clarín dixti). Sesenta y cuatro por ciento de pobres.

   O juntarse por el odio en el 2015, para engañar, violentar mintiendo y recuperar las mejores frases del sentido común oligárquico en pleno siglo XXI: “la grasa militante”, “la AUH se va por la canaleta de al droga y el juego”, “no son treinta mil”, “con el kirchnerismo no tengo nada que dialogar”, “kukas, chorros, corruptos, choriplaneros”, “se embarazan para cobrara la asignación por hijo”, “Yrigoyen y Perón son los causantes de 70 años de populismo y de todos los males de la Argentina”, “cambiemos las Malvinas por vacunas”.

   Banderazos antivacunas en plena pandemia, latrocinio de las arcas del Estado, endeudamientos a 100 años, convocatorias a no vacunarse, todo un discurso bizarro, que los define pero que, sin embargo, resignifican culpándolos a quienes internan torcerle el brazo al capitalismo salvaje por intermedio de sus discurseros pagos, la gran agrupación mediática: La Goebbels.

   Y ahora, no contentos con ello, impulsan grupos de neonazis terroristas (curiosamente los mapuches sí lo son; estos engendros diabólicos no), dispuestos a cualquier acción asesina con tal de no permitir ni un mínimo de recuperación socio– económica para una población angustiada ante un mundo global cada vez mas incierto. Ellos provocaron la crisis y ellos están dispuestos a no dejar gobernar a un gobierno democrático, tal como lo dijo Luis Juez: “no les vamos a votar una sola ley” y cumplen. Odio en acción. “La bala que no salió, el fallo que sí va a salir”, tituló en tapa el periodista Pablo Vaca del multimedio gorila y golpista Clarín.

   Las palabras preceden a la acción violenta del intento de magnicidio para con la vicepresidenta. Los símbolos (guillotinas, bolsas mortuorias, muñecos que representan dirigentes políticos peronistas con trajes a rayas, colgados), también. En esencia, detrás de toda esta parafernalia histórica, que tiene su clímax con la llegada del peronismo en 1945 como identidad justiciera de las mayorías populares, es la defensa del capitalismo, del “capital que odia a todo el mundo” (Maurizzio Lazzaratto dixit).

* Profesor titular de las cátedras de Historia Social General e Historia Argentina, Universidad Nacional de Lomas de Zamora, Doctor en Historia (UBA). Autor de manuales de Historia Argentina 1780-1943, 1780-1955, 1880-1973 y diversos artículos, ensayos, en Revista MestizaAntigua Matanza, y cuadernillos.

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